¿Quiénes somos ?

IDENTIFICACIÓN

Como cristianos, somos identificados por Dios mismo. Esa identificación tiene que ver con Cristo como nuestro Señor y Salvador. Es una identidad absoluta: nadie puede quitarle ni añadirle.

Esa identificación con la persona y obra de Cristo implica que estamos completos, sin ninguna carencia: perfectos en justicia, santidad y verdad. El significado de esto se describe al declarar que Cristo ha sido hecho pecado por nosotros, para que nosotros seamos ahora justicia de Dios en él (cf. 2 Co. 5:21).

También somos identificados como hijos de Dios, redimidos por Cristo, pero al mismo tiempo reconocemos que, en nuestro caminar en la tierra, esta condición aparece mezclada con las carencias y miserias de nuestra existencia, y por tanto debe ser reformada cada día.

La comunidad de la iglesia que se reforma cada día es la iglesia o comunidad católica. Como parte de ella, reconocemos momentos y circunstancias en la historia que señalan la identidad cristiana frente a otras identidades que la distorsionan y pervierten.

El movimiento de reforma religiosa que florece en el siglo XVI tiene momentos y contribuciones fundamentales en nuestra tierra. Nuestra propia iglesia es parte y continuidad de la que existió en Sevilla en aquella época. Reconocemos sus declaraciones de fe como nuestras.

La iglesia española exiliada en Londres en enero de 1561 presentó un documento explicando su doctrina a otras iglesias extranjeras allí presentes. Es la “confesión de fe cristiana, hecha por ciertos fieles españoles que, huyendo de los abusos de la Iglesia de Roma y la crueldad de la Inquisición de España, abandonaron su patria para ser recibidos por la Iglesia de los fieles como hermanos en Cristo”. Aquellos hermanos españoles, “huyendo de las abominaciones del papado, reunidos allí en la compañía de la Iglesia del Señor Jesucristo, y, siguiendo la unión y la concordia, confiesan (protestan) ser miembros de la Iglesia Católica, y que no tienen acuerdo alguno con ninguna secta ni herejía, antigua o nueva”.

Aquella iglesia nuestra, para mostrar su fidelidad como Iglesia Cristiana Católica, tuvo que rechazar todas las supersticiones, abusos y nuevas doctrinas anticatólicas que la Iglesia de Roma había propuesto. En ese camino seguimos.

NUESTRA MISIÓN

Como cristianos, somos identificados por Dios mismo. Esa identificación tiene que ver con Cristo como nuestro Señor y Salvador. Es una identidad absoluta: nadie puede quitarle ni añadirle.

Esa identificación con la persona y obra de Cristo implica que estamos completos, sin ninguna carencia: perfectos en justicia, santidad y verdad. El significado de esto se describe al declarar que Cristo ha sido hecho pecado por nosotros, para que nosotros seamos ahora justicia de Dios en él (cf. 2 Co. 5:21).

También somos identificados como hijos de Dios, redimidos por Cristo, pero al mismo tiempo reconocemos que, en nuestro caminar en la tierra, esta condición aparece mezclada con las carencias y miserias de nuestra existencia, y por tanto debe ser reformada cada día.

La comunidad de la iglesia que se reforma cada día es la iglesia o comunidad católica. Como parte de ella, reconocemos momentos y circunstancias en la historia que señalan la identidad cristiana frente a otras identidades que la distorsionan y pervierten.

El movimiento de reforma religiosa que florece en el siglo XVI tiene momentos y contribuciones fundamentales en nuestra tierra. Nuestra propia iglesia es parte y continuidad de la que existió en Sevilla en aquella época. Reconocemos sus declaraciones de fe como nuestras.

La iglesia española exiliada en Londres en enero de 1561 presentó un documento explicando su doctrina a otras iglesias extranjeras allí presentes. Es la “confesión de fe cristiana, hecha por ciertos fieles españoles que, huyendo de los abusos de la Iglesia de Roma y la crueldad de la Inquisición de España, abandonaron su patria para ser recibidos por la Iglesia de los fieles como hermanos en Cristo”. Aquellos hermanos españoles, “huyendo de las abominaciones del papado, reunidos allí en la compañía de la Iglesia del Señor Jesucristo, y, siguiendo la unión y la concordia, confiesan (protestan) ser miembros de la Iglesia Católica, y que no tienen acuerdo alguno con ninguna secta ni herejía, antigua o nueva”.

Aquella iglesia nuestra, para mostrar su fidelidad como Iglesia Cristiana Católica, tuvo que rechazar todas las supersticiones, abusos y nuevas doctrinas anticatólicas que la Iglesia de Roma había propuesto. En ese camino seguimos.

Entendemos nuestra misión relacionada con nuestra identidad. Por ello afirmamos que confesaremos y divulgaremos la obra perfecta, hecha una vez para siempre, de Cristo. Esta es la parte esencial.

Por otra parte, según nuestro natural flaco y sin fuerzas, ofrecemos nuestra mano. Primero, a Dios para que nos fortalezca en el camino aquí en la tierra. También a los demás redimidos, tanto desde nuestro suelo para que otros nos sostengan y tiren de nosotros para seguir el camino de la fidelidad, como a los que están en el suelo para sostenerlos y avanzar juntos.

Este es el camino ya trazado, y que la confesión de nuestra iglesia española declara así: “Confesamos que este santo y bienaventurado Pueblo no tiene en el mundo lugar señalado, sino que es peregrino y está esparcido por toda la tierra; lo que no quita a su unidad y unión, por tener todos los que a él legítimamente pertenecen un mismo Padre en los cielos, todos son animados y vivificados por un mismo Espíritu del Cristo, y una misma fe en él. Estas condiciones son de tal eficacia para la unidad de la verdadera Iglesia del Señor, que no la divide ni la diversidad y la distancia de lugares, o incluso el paso de edades o siglos. Y esto no solo desde el tiempo del Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo y desde el principio; comprendiendo este Pueblo santo a todos los justos que han sido, son y serán en el mundo desde Adán hasta el postrer hombre.

Y por virtud de esta unión, y del terreno e indisoluble vínculo de amor con que todos los miembros de este sagrado cuerpo están ligados en Cristo, confesamos haber entre ellos una secreta comunión, no solo de los bienes espirituales y corporales que cada miembro en particular recibe, sino también de los males y aflicciones que padecen en el mundo.”

Unidos a ese Pueblo caminamos. Al estar en la ciudad tan bendecida por la gracia de Dios, es nuestra responsabilidad y privilegio mostrar la memoria de nuestra iglesia del pasado.

 

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