El uso didáctico de la Ley (1)

Autor artículo: 
Beeke, Joel

Publicamos un nuevo artículo en nuestra página web. En esta ocasión, se trata de un extracto del capítulo 5 de Espiritualidad Reformada Puritana, de Joel Beeke. En el mismo, se analiza lo que ha venido en denominarse «tercer uso de la ley», tal y como lo entendieron algunos de los reformadores principales del siglo XVI y los puritanos británicos del siglo XVII. Esperamos que sea de interés a nuestros lectores.

El uso tercero o didáctico de la ley dirige la vida diaria del cristiano. En palabras del Catecismo de Heidelberg, la ley instruye al creyente sobre cómo expresar gratitud a Dios por la liberación de todo su pecado y miseria (cf. pregunta 2). El tercer uso de la ley es una cuestión que ocupa un rico capítulo de la historia de la doctrina reformada.

Felipe Melanchthon (1497-1560)
La historia del tercer uso de la ley comienza con Felipe Melanchthon, el colaborador y mano derecha de Lutero. Ya en 1521, Melanchthon había plantado la semilla cuando afirmó que «los creyentes hacen uso del decálogo» para asistirlos en la mortificación de la carne. En un sentido formal, aumentó el número de funciones o usos de la ley de dos a tres, por primera vez, en una tercera edición de su obra sobre Colosenses publicada en 1534 –dos años antes de que Calvino produjera la primera edición de su Institución–. Melanchthon argumentó que la ley coerce (primer uso), aterroriza (segundo uso) y requiere obediencia (tercer uso). «La tercera razón para retener el decálogo –escribe– es que se requiere obediencia».

En 1534, Melanchthon estaba usando la naturaleza forense de la justificación como base para establecer la necesidad de las buenas obras en la vida del creyente. Argumentó que, aunque la primera y principal justicia del creyente es su justificación en Cristo, hay también una segunda justicia –la justicia de una buena conciencia, que, no obstante su imperfección, aún es agradable a Dios, ya que el propio creyente está en Cristo. La conciencia del creyente, hecha buena por declaración divina, debe continuar usando la ley para agradar a Dios, pues la ley revela la esencia de la voluntad de Dios y proporciona el marco de la obediencia cristiana. Afirmó que esta «buena conciencia [es una] gran y necesaria santa consolación». Como Timothy Wengert afirma, sin duda fue animado a enfatizar la conexión entre una buena conciencia y las buenas obras por su deseo de defender a Lutero y otros protestantes de la acusación de que negaban las buenas obras, a la vez que evitaba desproveer a la conciencia de la consolación del evangelio. Así pues, Melanchthon ideó un modo de hablar de la necesidad de obras para el creyente excluyendo su necesidad para la justificación. Wengert concluye que, argumentando desde la necesidad de saber cómo somos perdonados hasta la necesidad de obedecer a la ley y de saber cómo agrada a Dios esta obediencia, Melanchthon logró colocar la ley y la obediencia en el centro de su teología.

Martín Lutero (1483-1546)
A diferencia de Melanchthon, que procedió a codificar el tercer uso de la ley en las ediciones de 1535 y 1555 de su obra cumbre sobre doctrina cristiana, Lutero jamás vio la necesidad de comprender formalmente un tercer uso de la ley. Los eruditos luteranos, sin embargo, han debatido extensamente si Lutero enseñaba, de hecho, aunque no de nombre, un tercer uso de la ley. Baste decir que Lutero defendía que, aunque el cristiano no está «bajo la ley», esto no debe entenderse como que está «sin ley». Para Lutero, el creyente tiene una actitud diferente hacia la ley. La ley no es una obligación, sino un deleite. El creyente es alegremente movido hacia la ley de Dios por el poder del Espíritu. Se conforma a la ley libremente, no por causa de las demandas de la ley, sino por causa de su amor a Dios y su justicia. Puesto que, en su experiencia, el pesado yugo de la ley es reemplazado por el ligero yugo de Cristo, hacer lo que la ley ordena se convierte en una acción alegre y espontánea. La ley conduce a los pecadores a Cristo, por medio del cual «se convierten en hacedores de la ley». Además, puesto que sigue siendo pecador, el cristiano necesita la ley para dirigir y regular su vida. Así pues, Lutero puede afirmar que la ley que sirve como «palo» (es decir, como vara –segundo uso–) que Dios usa para golpearlo y llevarlo a Cristo, es simultáneamente un «palo» (es decir, un bastón –que Calvino llamaría «tercer uso») que le asiste para andar en la vida cristiana. Este énfasis en la ley como «bastón» es corroborado implícitamente por su exposición de los diez mandamientos en diversos contextos –cada uno de los cuales indica que creía firmemente que la vida cristiana ha de ser regulada por estos mandamientos.

El interés de Lutero no era negar la santificación ni la ley como norma orientadora para la vida del creyente. Antes bien, deseaba enfatizar que las buenas obras y la obediencia a la ley no pueden, de ninguna manera, hacernos aceptables para con Dios. De ahí que escriba en La libertad cristiana: «Nuestra fe en Cristo no nos libra de las obras, sino de las falsas opiniones con respecto a las obras, es decir, de la necia presunción de que la justificación es adquirida por las obras». Y en Charlas de sobremesa: «Quien tiene a Cristo ha cumplido la ley a la perfección, pero quitar la ley totalmente, la cual está impresa en la naturaleza y escrita en nuestros corazones y llevada en nosotros, es una cosa imposible y en contra de Dios».

Juan Calvino (1509-1564)
Lo que Melanchthon comenzó a desarrollar en la dirección de una justicia agradable a Dios en Cristo, y Lutero dejó un tanto inacabado como acción alegre y «bastón», Calvino lo elaboró como una doctrina completamente terminada, enseñando que el uso principal de la ley para el creyente es su uso como regla de vida. Aunque Calvino tomó la terminología de Melanchthon, «tercer uso de la ley» (tertius usus legis), y probablemente cosechó material adicional de Martín Bucero, proporcionó a la doctrina nuevos matices y contenidos, y fue único entre los tempranos reformadores en acentuar que esta tercera función de la ley como norma y guía para el creyente es su uso «propio y principal».

La enseñanza de Calvino sobre el tercer uso de la ley es cristalina. «¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?» –pregunta en el Catecismo de Ginebra; y responde: «Su ley». Más tarde, en el mismo Catecismo, escribe:

[La ley] muestra el blanco al que debiéramos apuntar, la meta hacia la que debiéramos correr, para que cada uno de nosotros, conforme a la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce por ordenar su vida conforme a la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, siempre esté avanzando más y más.

Calvino escribió de manera definitiva sobre el tercer uso de la ley ya en 1536, en la primera edición de su Institución de la religión cristiana:

Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con pleno fervor de corazón a encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y prefieren servir al pecado antes que a Dios. La ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, aguijoneándolo, incentivándolo, despertándolo para el trabajo.

En la última edición de la Institución, completada en 1559, Calvino mantiene lo que escribió en 1536, pero acentúa incluso más clara y positivamente que los creyentes se benefician de la ley de dos maneras: en primer lugar, «es para ellos un excelente instrumento con el cual pueden cada día aprender a conocer mucho mejor cuál es la voluntad de Dios, que tanto anhelan conocer, y ser confirmados en el conocimiento de la misma»; en segundo lugar, «por su frecuente meditación, se sentirá movido a obedecer a Dios y, fortalecido de esta manera, se apartará del pecado. Pues conviene que los santos se estimulen a sí mismos de este modo». Concluye Calvino: «Porque, ¿qué habría menos amable que la Ley, si solamente nos exigiera el cumplimiento del deber con amenazas, llenando nuestras almas de temor? Sobre todo demuestra David que en la Ley ha conocido al Mediador, sin el cual no hay placer ni alegría posibles».

En esta visión enormemente positiva de la ley como norma y guía que alienta al creyente a apegarse a Dios y obedecerlo cada vez con más fervor, Calvino se distancia de Lutero. Para Lutero, la ley en general denota algo negativo y hostil –algo normalmente catalogado en estrecha proximidad al pecado, la muerte o el diablo–. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, aun cuando considera la función de la ley como santificadora del creyente. Para Calvino, como I. John Hesselink observa con acierto, «la ley era vista principalmente como una expresión positiva de la voluntad de Dios… La visión de Calvino podría llamarse deuteronómica, pues para él la ley y el amor no son antitéticos, sino correlativos». Para Calvino, el creyente se esfuerza por seguir la ley de Dios no como un acto de obediencia obligatoria, sino como una respuesta de obediencia agradecida. La ley promueve, bajo el tutelaje del Espíritu, una ética de gratitud en el creyente, que estimula una obediencia amorosa al tiempo que lo previene contra el pecado, de modo que canta con David en el Sal.19) :

Muy perfecta es la ley de Dios,

Que restaura a los que se extravían;

Su testimonio es muy cierto,

Que proclama el camino de la sabiduría.

 

Los preceptos del Señor son rectos;

De alegría llenan el corazón;

Los mandamientos del Señor son todos puros,

Y una luz muy clara imparten.

El temor de Dios es impoluto

Y siempre durará;

Los estatutos del Señor son verdad

Y la justicia muy pura.

 

Avisan de los caminos de maldad

Que desagradan al Señor,

Y en guardar su palabra

Hay grande galardón.

 

En resumen, para Lutero la ley ayuda al creyente –especialmente en reconocer y confrontar el pecado interior–. Para Calvino, el creyente necesita la ley para guiarlo en un vivir santo que lo lleve a servir a Dios por amor.

El Catecismo de Heidelberg (1563)
Finalmente, la visión de Calvino del tercer uso de la ley triunfó en la teología reformada. Una temprana indicación de esta visión fuertemente calvinista de la ley se encuentra en el Catecismo de Heidelberg, compuesto un año o dos antes de la muerte de Calvino. Aunque el Catecismo comienza con un intenso énfasis sobre el uso evangelizador de la ley para conducir a los pecadores a Cristo (preguntas 3-18), para la sección final se reserva una exhortación detallada sobre las prohibiciones y requerimientos de la ley para el creyente, que enseña «cómo expresaré mi gratitud a Dios» por la liberación en Jesucristo (preguntas 92-115). El decálogo proporciona el contenido material para las buenas obras que son hechas en gratitud por la gracia de Dios en su Hijo amado.

Los puritanos
Los puritanos continuaron con el énfasis de Calvino sobre la normatividad de la ley para el creyente como regla de vida, y para despertar gratitud sincera, que a su vez promueve genuina libertad antes que libertinaje antinómico. Por citar solo algunas de las cientos de fuentes puritanas que hay disponibles sobre estos temas, Anthony Burguess condena a quienes afirman que están por encima de la ley, o que la ley escrita en el corazón mediante la regeneración «hace la ley escrita innecesaria». Típicamente puritana es la afirmación de Thomas Bedford sobre la necesidad de la ley escrita como guía del creyente:

También debe haber otra ley escrita en tablas, para ser leída por el ojo y escuchada por el oído. De otra manera…, ¿cómo estará seguro el propio creyente de que no se desvía del camino recto por donde debe caminar?… El Espíritu, admito, es el Guía y Maestro del hombre justificado… Pero les enseña…mediante la ley y el testimonio.

 omo resultado de la enseñanza del Espíritu, los cristianos se hacen «amigos» de la ley –observó con astucia Samuel Rutherford–, pues «después de que Cristo haya realizado un acuerdo entre nosotros y la ley, nos deleitamos en caminar en ella por amor a Cristo». Este deleite, fundamentado en una sincera gratitud por el evangelio, produce una libertad indecible. Samuel Crooke lo expresó de esta manera: «Del mandamiento, como regla de vida, [los creyentes] no son liberados sino que, por el contrario, están inclinados y dispuestos, por [su] espíritu libre, a obedecerlo voluntariamente. Así pues, para los regenerados es como si la ley se convirtiera en el evangelio, una ley de libertad». El Catecismo Mayor de Westminster, compuesto en su mayoría por teólogos puritanos, proporciona el resumen más adecuado de la visión reformada y puritana sobre la relación del creyente con la ley moral:

P 97. ¿Qué uso especial de la ley moral hay para los regenerados?

R. Aunque los que son regenerados y creen en Cristo son liberados de la ley moral como un pacto de obras, de manera que por este medio no son ni justificados ni condenados, sin embargo, además de sus usos generales comunes a todos los hombres, tiene un uso especial para mostrarles cuánto están ligados a Cristo por cumplir Él la ley y soportar la maldición de la misma en su lugar y por su bien; y, de este modo, inducirlos a una mayor gratitud, expresándola en un mayor cuidado por conformarse a ella como regla de obediencia.

 

Joel Beeke