LA BIBLIA RECHAZA EL USO DE IMÁGENES EN EL CULTO: ARGUMENTOS CONTRA LA APOLOGÉTICA CATÓLICO-ROMANA

Autor artículo: 
Guerra Marente, Javier

Para los cristianos evangélicos, sean o no reformados, este tema pudiera parecer claro como el agua cristalina: claramente, en Éxodo 20, Dios condena la pretensión humana de representarle mediante imágenes y su uso en el culto.

Pero la apologética católico-romana en modo alguno se ha quedado quieta ante esta declaración de la Escritura, esgrimida desde los primeros años de la Reforma, y, desde Trento hasta su moderno catecismo, ha desarrollado una serie de argumentos según los cuales defienden que su «veneración» a las imágenes queda fuera de esta prohibición bíblica y no podría considerarse idolatría. Son muchos siglos de concienzuda elaboración y desarrollo por muchas mentes, quizás faltas de la luz de Dios, pero las cuales hay que reconocer que probablemente estaban entre las más brillantes de sus respectivas épocas… por más que fuera una brillantez utilizada para retorcer los textos bíblicos y fabricar excusas peregrinas tan solo para perseverar en el error.

Esta entrada de hoy trata de exponer la escasa consistencia del argumentario católico-romano en defensa de las imágenes, incluyendo una breve reseña histórica de cómo esta práctica llegó a convertirse en algo normativo durante los primeros siglos de configuración de la Iglesia institucional medieval.

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UN POCO DE HISTORIA:

El culto a las imágenes en absoluto fue una cuestión pacífica para la propia Iglesia de Roma, siendo introducido en el Medievo, en el siglo VIII, uno de los momentos de mayor oscuridad para la fe. En principio, la doctrina consistía en que las imágenes no debían ser adoradas, pero que debían usarse en las iglesias para promover la instrucción de los ignorantes. Los partidarios del culto de las imágenes siempre hablan de esa manera, pero vemos cosas muy diferentes cuando nos fijamos en los hechos. Las imágenes, lejos de contribuir a la instrucción, fueron un gran factor de la ignorancia. En ningún otro período de la historia encontramos más desarrollado el culto de las imágenes, y en ningún otro prevalece una ignorancia tan completa sobre las cosas espirituales. De hecho, las imágenes se hicieron cada vez más populares y empezó a creerse que eran milagros: los devotos acudían al santuario de tal o cual escultura a pedir una u otra gracia.

En parte de la cristiandad hubo quien se opuso a esto pero, sin embargo, Roma reaccionó de forma absolutamente tiránica. En Constantinopla, el emperador bizantino León dictó un edicto en el año 730, en el que, para no provocar la ira de sus súbditos, pues estos ya tenía una estima sublime por las imágenes, mandaba solamente que fuesen colocadas en lugares elevados para que los devotos no pudieran tocarlas ni besarlas. Las órdenes del emperador se estrellaron contra la tenaz resistencia del pueblo enfurecido, de los monjes supersticiosos e ignorantes, y del mismo Germano, patriarca de Constantinopla. Juan de Damasco, uno de los pocos escritores de aquella época, puso su elocuencia al servicio de la idolatría, y escribió varios tratados en contra de lo que llamaba sacrilegio del emperador. “No corresponde al emperador hacer leyes para regir la iglesia. Los apóstoles predicaron el evangelio; el monarca debe cuidar del bienestar del estado; los pastores y maestros se ocupan de la iglesia”, según decía. En esto, el escritor estaba en lo cierto, pero el clero no hablaba así cuando el emperador promulgaba leyes que le eran favorables. Tampoco se conocía que Jesucristo ni los apóstoles hubieran forjado imágenes y las hubiesen adorado. Al aceptar la unión con el Estado perdieron el derecho de usar este argumento. El papa Gregorio II intervino, y dos epístolas dirigidas a León, en el tono más insolente y anticristiano, demuestran cuál era el carácter del papado en aquella época. Le amenaza con el levantamiento de sus súbditos, y le hace responsable de la sangre que va a ser vertida. Poco caso hizo León de las amenazas papales, puesto que destituyó al patriarca de Constantinopla, poniendo en su lugar a Atanasio, y publicó un nuevo edicto ordenando que todas las imá­genes fuesen sacadas de las iglesias. El nuevo papa, Gregorio III, protestó, como su antecesor, y reunió un sínodo en el año 731, que condenó a todos los enemigos del culto de las imágenes. León entonces quitó al papa muchas de sus entradas, transfiriendo las iglesias del sur de Italia y de Iliria, de la sede de Roma a la de Constantinopla, y el conflicto fue haciéndose cada vez más grave.

El sucesor de León, Constantino V fue un iconoclasta aún más convencido, puesto que convocó un concilio general en Constantinopla, en el año 754, en el que se declaró que el culto a las imágenes era una práctica pagana y contraria a las Escrituras, pues podía empujar a los cristianos a la idolatría. Tanto es así que incluso el uso del crucifijo fue firmemente condenado. Todo hay que decirlo, la forma de llevar a la práctica lo acordado en este concilio también fue bastante tiránica, pues el poder civil tuvo que emplear la fuerza y la violencia para hacerlo respetar: miles de monjes fueron encarcelados, azotados, desterrados y maltratados de diversas maneras, por negarse a entregar sus ídolos favoritos. Las iglesias del Imperio Bizantino, sin embargo, fueron despojadas de las imágenes y de todas las pinturas de las paredes. Roma siguió en sus trece y un sínodo reunido en el año 769, bajo el papa Felipe III, anatematizó al concilio de Constantinopla, y declaró nulas sus decisiones. León IV fue el sucesor de Constantino V, igualmente un celoso iconoclasta. Pero su esposa, la emperatriz Irene, tras su muerte en el año 780, hizo todo cuanto estaba de su parte para restaurar el culto de las imágenes. Consiguió, con la cooperación del Papa y de Carlomagno, reunir un concilio para anular los decretos del reunido en el año 754, pero aquello terminó desastrosamente ante los disturbios que causó el partido iconoclasta en Constantinopla. Se decidió, pues, alejar el concilio de la capital del Imperio, trasladándolo a Nicea. Se reunió en el año 787, y se le considera el séptimo concilio general de la Iglesia Católica. Los delegados obedecieron servilmente las ordenes y consignas papales y cumplieron con la orden de declarar nulo el concilio de Constantinopla del año 754, y promulgar el culto de las imágenes.

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LOS ARGUMENTOS CATÓLICO-ROMANOS EN DEFENSA DE LAS IMÁGENES Y SU REFUTACIÓN BÍBLICA:

¿Qué dice el catecismo de la Iglesia Católica para justificar todo esto? Vamos a leer un fragmento:

“IV. “No te harás escultura alguna…”

2129 El mandamiento divino implicaba la prohibición de toda representación de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica así: “Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea…” (Dt 4, 15-16). Quien se revela a Israel es el Dios absolutamente Trascendente. “Él lo es todo”, pero al mismo tiempo “está por encima de todas sus obras” (Si 43, 27- 28). Es la fuente de toda belleza creada (cf. Sb 13, 3).

2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25, 10-12; 1 R 6, 23-28; 7, 23-26).

2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva “economía” de las imágenes.

2132 El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original” (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 18, 45), “el que venera una imagen, venera al que en ella está representado” (Concilio de Nicea II: DS 601; cf Concilio de Trento: DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: SC 125; LG 67). El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo corresponde a Dios:

«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 81, a. 3, ad 3).”

El caso es que aunque se intente hacer una distinción entre “adoración” y “veneración respetuosa”, el Diccionario de la Lengua Española define “venerar” como:

“1. tr. Respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda.

2. tr. Dar culto a Dios, a los santos o a las cosas sagradas.”

Podemos ver claramente que un significado principal de la palabra “venerar” es simplemente “adorar o reverenciar”. El propio Diccionario Cofrade utiliza la misma definición para “venerar”:“Dar culto a Dios, a los santos o a las cosas sagradas”. Por tanto, cuando el partidario del catolicismo insiste, “Nosotros no adoramos, sólo veneramos”, él está realmente confirmando que, en la práctica, adoran imágenes de la misma manera que adoran a Dios. Lo cierto es que se ha sustituido deliberadamente la palabra “adorar” por “venerar” para excusar la práctica politeísta del catolicismo. Ya que muchos no están familiarizados con el significado de la palabra “venerar”, esta palabra ha llegado a ser un argumento principal en defensa de la iconografía religiosa.

¿Pero qué hay sobre respetarlas? ¿Son las imágenes de los supuestos “santos” y los objetos “sagrados” dignos de respeto? Al hablar de las imágenes hechas con propósitos religiosos, Éxodo 20:5 advierte: “No te inclinarás a ellas, ni las honrarás”, o sea, no les mostrarás cualquier tipo de respeto, servicio o adoración. Sin embargo, parece que algunos partidarios de las imágenes religiosas leen el versículo de esta manera: “No te inclinaras a ellas, excepto para darles respeto y cariño”. Pero esto no se encuentra en la Biblia. Dios condena hacer imágenes con el propósito de “veneración”, reverencia, respeto o cariño religioso. Es más que evidente que es preferible creer a Dios cuando dice “No te inclinarás delante de las imágenes”, que a gente religiosa que nos dice, “No tiene nada de malo, solo es respeto y cariño a quien está representado en ellas”. Es mucho más sensato tomar en cuenta lo que dice Dios: “Porque el día que de él comiereis, ciertamente morirás” (Génesis 2:17), que lo que dice la serpiente: “No moriréis” (Génesis 3:4). Los religiosos dicen “no pasa nada”, pero es una estupidez pensar así en términos bíblicos.

La apologética católica insiste en que hay que distinguir entre las imágenes usadas legítimamente en el culto y los ídolos. Los “malos” serían los segundos y, por tanto, Dios solo prohibiría los ídolos, no las imágenes a las que “solo” se venera y respeta.

Es evidente que no toda imagen es un ídolo, puesto que, en ese caso, todo aquel que llevase una foto de alguien en la cartera o la tuviera en la pared, o un cuadro, tendría un ídolo y eso sería absurdo. Un ídolo es cualquier imagen a la cual se brinda reverencia y honra religiosa. Lo que Éxodo 20:4-5 dice es: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás”. Muchas veces, el partidario de la iconografía religiosa argumenta que las imágenes que el catolicismo promueve no son ídolos, ya que no representan a dioses paganos, sino a personas “santas”, y, en algunos casos, al Dios verdadero, o más bien, a la encarnación de la Segunda Persona del Dios verdadero, es decir, Jesucristo. Sin embargo, el texto en Éxodo no apoya tal argumento. Dios condena cualquier imagen (sea de un dios pagano o del Hijo encarnado de Dios) hecha con motivo de adoración u honra religiosa (Hechos 17:24-25,29). Dios se aseguró que no lleguemos a tales interpretaciones erróneas al decir: “No te harás imagen…de lo que esté arriba en los cielos…ni abajo en la tierra…ni en las aguas debajo de la tierra”.

Por tanto, un ídolo es cualquier imagen que no merece la honra religiosa que se le brinda. Cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto, le dijo: “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:9). A esta tentación, Jesús respondió: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (4:10). Jesús dejaba claro que solo Dios merecía adoración, por ser Dios. No era que el diablo no merecía adoración por lo que era (un espíritu malo condenado al infierno), sino que el diablo no merecía adoración POR LO QUE NO ERA (el Dios soberano sobre toda la creación).

Un ídolo es también cualquier imagen honrada religiosamente que degrada el concepto de la Divinidad. Da igual que representen personas “santas” o a la encarnación del Dios verdadero. Pablo exhortó a los atenienses diciendo: “Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hechos 17:29). Dios no desea ser representado por materiales, por muy valiosos que sean, o por imaginación de hombres. No existe nada en este mundo (oro, plata o joyas) que pueda compararse a Dios. Representar Su naturaleza por medios materiales es minimizar Su grandeza, aunque se usen los materiales más valiosos imaginables. Esta idea solo puede ser posible en mentes infestadas de paganismo.

En el catecismo se menciona un argumento deficiente como es el de las imágenes que Dios manda hacer en el Antiguo Testamento como son los dos querubines de oro sobre el Arca de la Alianza (Éxodo 25:18-21). Pero Dios no mandó que los querubines se hicieran como objetos de veneración o adoración. Los querubines debían permanecer sobre el arca del pacto, pero no eran más especiales que ningún otro objeto o mueble del tabernáculo. Igualmente, este argumento ignora el propósito del pacto del Antiguo Testamento. El libro de Hebreos en el capítulo 9 dice que este pacto tenía “un santuario terrenal”, en el que el tabernáculo y sus muebles eran modelos o patrones del “más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos”. Es decir, que el tabernáculo, sus muebles y ornamentos eran figuras y sombras de las cosas celestiales y de un nuevo pacto mejor que el anterior, el Nuevo Pacto después del sacrificio de Cristo. El capítulo 10 también de Hebreos dice que ahora, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo, tenemos un gran sumo sacerdote (Cristo) sobre la casa de Dios. Con lo que los mandamientos de Dios en cuanto a la construcción y uso del tabernáculo y su contenido tuvieron parte bajo el Antiguo Testamento y fueron exclusivamente para el pueblo escogido de Dios en ese tiempo, los israelitas. Pero, aun suponiendo que las imágenes como los querubines del arca (o la serpiente de bronce) hubieran sido objeto de veneración, los cristianos no siguen la metodología de adoración del Antiguo Testamento, ya que este fue reemplazado cuando Jesús murió por un mejor pacto (Colosenses 2:14, Hebreos 10, etc.).

Otro argumento defectuoso es el de que en Josué 7:6 se dice que Josué y los ancianos de Israel “se postraron delante del Arca y allí estaban las dos imágenes de querubines y no pasó nada”. De nuevo se olvida la naturaleza del Antiguo Testamento. Bajo el Antiguo Pacto, Dios moraba de una manera especial en el tabernáculo (sobre el arca), y desde allí hablaba al pueblo de Israel (Éxodo 25:22; 30:36; Levítico 16:2). No obstante, la Biblia dice que, en el Nuevo Pacto, Dios “no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 17:24). Si no habita en templos hechos por manos humanas, mucho menos lo hará en imágenes hechas por manos humanas. Además, en el versículo lo que se dice es que rompieron sus vestidos y echaron polvo sobre sus cabezas, cosa que en otras partes del Antiguo Testamento es señal de dolor o vergüenza (Génesis 37:29,34; 2 Samuel 3:31; 13:30-31; Job 1:20; Lamentaciones 2:10, etc.), no de veneración o adoración.

También es habitual citar II Reyes 4:27, cuando una mujer llegó a Eliseo, un profeta de Dios, y “se asió de sus pies”. Con lo que “Dios permite la veneración de los santos y, por tanto, también de sus imágenes”. Este argumento es particularmente vergonzoso y un intento muy deshonesto de retorcer la Palabra de Dios a la hora de pretender justificar una doctrina falsa. Simplemente con mirar el contexto se ve que la mujer no se asió de los pies de Eliseo para “venerarlo”. Esta mujer había sido muy hospitalaria con Eliseo y él le prometió que Dios le daría un hijo. Su hijo nació cuando Eliseo había prometido, pero murió a una edad temprana. La mujer llegó a Eliseo, se asió de sus pies y le pidió una explicación porque su alma estaba “en amargura” (4:27). En el versículo siguiente sus palabras son “¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí?”. Difícilmente puede entenderse que estuviera “venerando” a Eliseo, cuando le dice que no se burle de ella. La mujer estaba pidiendo una respuesta a Eliseo puesto que estaba afligida por la muerte de su hijo, no hay ninguna “veneración”, puesto que, aparte, la Biblia claramente condena postrarse delante de los hombres para venerarlos o adorarlos (Hechos 10:25-26).

Y, en relación a las procesiones de imágenes tan usuales en algunos puntos de España o América Latina, es usual que se cite II Samuel 6, donde se describe el traslado del arca a Jerusalén. Se dice que sería comparable a las procesiones actuales puesto que David “reunió a los escogidos de Israel” (6:1), puso “el arca de Dios sobre un carro nuevo” (6:3), y todos “danzaban delante de Jehová” (6:5). Lo que ocurre es que las procesiones de la mal llamada “Semana Santa” consisten en grupos de gentes que portan imágenes en días especiales declarados como “santos”. Lo que se describe en el segundo libro de Samuel no es lo mismo. El Arca de la Alianza había sido abandonada en Quiriat-jearim durante cuatro décadas, y David quería traerla a la ciudad de Jerusalén. David no tenía intención de “exhibir” el arca de Dios para que las masas la adorasen (o venerasen), ni tampoco se designó el día como “santo”. Dios nunca mandó que se cargara el arca, o cualquier otro objeto de importancia religiosa, en procesiones religiosas como las que los católicos realizan, ni las razones del traslado a Jerusalén eran las mismas, con lo que las procesiones no son bíblicas, sino espectáculos carnales e idólatras.

La advertencia divina en Deuteronomio 4:15-19 es muy clara:

“Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua debajo de la tierra. No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos”.

La veneración o adoración de imágenes es evidencia de la corrupción del corazón humano y algo que no tiene ningún apoyo ni justificación bíblica.

Quien tenga oídos para oír, que oiga.