Sermón II

Autor artículo: 
Sánchez Llamas, Juan

Jesucristo ha hecho la obra de redención. Por eso ahora podemos acercarnos a Él confiada-mente, llenos de gozo y gratitud. Ya no tenemos que tener más mala conciencia por el pecado, puesto que Él nos ha limpiado del mismo. Pero ¿cuál es la causa de que en nosotros no haya este gozo? ¿No es la incredulidad, el gran pecado que nos separa de Dios y de Cristo? Aun cuando creemos, hemos de pedir a Dios que ayude nuestra incredulidad. ¿Qué es lo que Dios pide de nosotros? ¿No es que creamos en Él, que vengamos a Él como un Padre que nos ama, que quiere lo mejor para nosotros? «A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vues-tro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las miseri-cordias firmes a David». Únicamente Él puede darnos vida, no como el mundo la da, sino verdadera vida, vida en abundancia. La puerta sigue abierta, entretanto que se dice hoy. Pedro y Judas transgredieron la ley de Dios, ambos estaban bajo su juicio. ¿Por qué Judas no fue perdonado? No porque su pecado fuera mayor que el de Pedro, pues todos los pecados nos colocan bajo maldición, sino porque Judas no se arrepintió con fe de su pecado. La increduli-dad es el mayor pecado porque nos separa de Cristo. Cristo ofrece la salvación gratuitamente. Nosotros solo hemos de recibirla por fe, reconociendo que estamos muertos, incapacitados para salvarnos. Pero, si no tenemos fe en Él, nosotros mismos nos habremos excluido de la salvación.

La Palabra, por todas partes, nos estimula con gloriosas promesas. No hemos de ver a Dios como un Señor cruel y severo, que se deleita en aplastarnos, poniendo sobre nosotros pesadas cargas. Esa es una imagen distorsionada de Dios, que Satanás intenta poner en nuestras mentes para desanimarnos y arrebatarnos el gozo. Pero la realidad es que Dios nos invita a descansar en Él como nuestro buen Padre celestial, que nos ha adoptado como a sus hijos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.

¿Qué demanda Dios de mí? Él ha establecido unos medios de gracia, unos canales a través de los cuales derrama sus bendiciones. Dios quiere instruirnos usando medios naturales, su Pala-bra, que está expresada en un lenguaje natural, que todos podemos entender humanamente. Tenemos el privilegio de leer la Escritura en nuestra lengua. Por lo tanto, si queremos conocer la voluntad de Dios, con gratitud acudamos a su Palabra cada día, escudriñemos la Sagrada Escritura. ¿Queremos estar firmes en la fe? ¿Queremos deleitarnos en las promesas? ¿Quere-mos conocer a Dios y su santa voluntad? Entonces, ¿por qué nos quedamos cruzados de bra-zos? Dios ha puesto la bendición delante de nosotros, pero nosotros, en nuestra indolencia, no queremos leer esta carta de amor que Dios nos ha dejado. Dios, además, ha prometido que quien busca, halla. Su Palabra es firme y segura. Él nos promete que «tendrá misericordia y será amplio en perdonar». «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada». Así que en su Palabra, Él revela su voluntad para nosotros. Pero además se nos concede otro don glorioso: la oración. A través de la oración podemos acercarnos al trono de la gracia para obtener ayuda para el oportuno socorro. Tenemos el privilegio de poder acercarnos a Dios, a través de Cristo, y llamarle Padre. La Biblia es el mayor regalo que Dios nos ha hecho, pues en ella hallamos la buena nueva de salvación. Y la oración es el medio por el cual tenemos el privilegio de hablar a nuestro Padre, en respuesta a su Palabra, para poner delante de Él todas nuestras inquietudes y necesidades, y para darle gracias, con corazones agradecidos y fruto de labios que confiesan su nombre, por todas las grandes cosas que Él ha hecho por nosotros. Pero Dios también nos ha concedido fieles siervos que nos explican su Palabra, que nos ayudan a entenderla, a digerir ese Pan del cielo, verdadera comida, que hemos de ingerir cada día para sustento de nuestra alma. Tenemos pastores que velan por nuestras almas, ministros que nos instruyen en la sana doctrina y nos predican todo el consejo de Dios, provechosos libros escritos por fieles siervos de Dios que también nos son de edificación. La pregunta es: ¿Por qué, aún así, no tenemos su gozo, no sentimos sus ricas bendiciones sobre nosotros? Hoy sigue siendo el tiempo de salvación, el día agradable. «Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles». Y, como dice en otro lugar: «Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús». Por tanto, arrepintámonos, como Pedro, con amargura pero también con fe en un Dios amplio en perdonar, pues «cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia». «Gustad, y ved que es bueno Yavé; dichoso el hombre que confía en él».