TIEMPOS PELIGROSOS

Autor artículo: 
Estrada Herrero, David

Ofrecemos, una semana más, un nuevo artículo aparecido en la revista «Estandarte de la Verdad» a finales del siglo pasado. En él, David Estrada, de quien ya hemos publicado otros escritos, reflexiona sobre el peligro que ya en aquellos días se cernía sobre la Iglesia, en cuanto a la predicación de falsas doctrinas que, sutilmente, tratan de infiltrarse entre los mismos creyentes.

«Tiempos peligrosos». Con estas palabras el apóstol Pablo designa a todo el estado de cosas que precederá a la venida del Señor. Pero estas palabras también encierran una exhortación. Por tratarse de tiempos peligrosos, el creyente debe estar alerta y en constante vigilancia.

«Tiempos peligrosos». Las fuerzas del mal arrecian, y los enemigos, fuera y dentro de la Iglesia, se multiplican. Es una guerra a muerte; y lo que hace que esta contienda sea tan difícil y peligrosa para el creyente, son las nuevas tácticas empleadas por Satanás. El camuflaje de las fuerzas del mal es tal, que el soldado cristiano, en la mayoría de los casos, no puede ver ni distinguir al enemigo. ¡Qué peligrosa es una contienda cuando no puede verse al enemigo! ¿Cómo hacerle frente, si no se le ve?

Los enemigos de la Iglesia están encubiertos.
Satanás no ataca de frente; el enemigo no da la cara. Dentro de la Iglesia, y en el campo doctrinal, Satanás se ha introducido bajo el manto de una terminología evangélica. Cierto predicador norteamericano, movido por el deseo de saber si el teólogo Karl Barth era ortodoxo o modernista, un buen día emprendió un viaje a Suiza y se entrevistó con el famoso teólogo de Basilea, a quien le hizo un buen número de preguntas, tales como: «¿Cree usted en la autoridad de la Biblia? ¿Cree usted en la encarnación y divinidad de Jesucristo? ¿Cree usted en la resurrección?». A todas estas preguntas, y a otras más, el teólogo suizo contestó con un rotundo «¡sí!». Satisfecho, el predicador regresó a Estados Unidos y, desde el púlpito y a través de la radio, proclamó a los cuatro vientos la «ortodoxia evangélica de Barth».

Por desgracia, esta es la manera de proceder de muchos creyentes que parecen ignorar que estos son tiempos peligrosos, y que Satanás se encubre bajo una terminología evangélica para minar y destruir la fe verdadera. Si este predicador, en vez de ir a Suiza, hubiera estudiado «dogmática» a la luz de la Palabra, entonces su veredicto hubiera sido muy distinto: se habría percatado de que, bajo la terminología evangélica de Barth, se encierra un mensaje que es contrario a la sana doctrina.

«Tiempos peligrosos». Un concepto equivocado de caridad cristiana se viene introduciendo en la Iglesia. Los paladines de esta herejía se presentan como ángeles de amor. No presentan a Cristo como Salvador, sino como ejemplo de amor. «Poca importancia tienen las creencias –nos dicen—si el común denominador de nuestras acciones es el amor».

«Dios es amor» –nos dice la Escritura–, pero también nos dice que Dios es justo y recto. Estos atributos divinos son inseparables –como pone de manifiesto la cruz del Gólgota–. La muerte de Cristo es, ciertamente, la manifestación más gloriosa de que Dios es amor, pero al mismo tiempo constituye la revelación más estupenda de que Dios es justo. El verdadero amor es justo, y por ser justo, también es santo. Sin la justicia, el amor no puede subsistir.

¿Es esto lo que enseñan y predican los modernos expositores del amor? ¡Ciertamente no! Nos hablan mucho de la justicia social, pero nada nos dicen de la justicia de Dios sobre el pecado. El credo de la moderna religión del amor parece tener solo dos artículos: justicia social y tolerancia. La justicia social se ha convertido en la obsesión de muchos líderes religiosos de nuestro tiempo. ¿Es que creen que, con el mejoramiento de las condiciones de vida, la sociedad se hará cristiana? Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores –no para elevar el nivel social y económico de la gente–. Cierto es, por otra parte, que la conversión lleva consigo el cambio de las estructuras sociales y económicas de una nación, como así lo demuestra la historia; pero este cambio es una de las muchas consecuencias del poder del evangelio. Nunca debe olvidarse que la meta gloriosa de la predicación, es la gloria de Dios en la salvación del pecador, y no un fin meramente social y terreno. Guardémonos bien del llamado «evangelio social», y recordemos que fue Judas quien primero predicó (cf. Jn. 12:4-6).

El segundo artículo de fe en la religión modernista del amor, es el de la tolerancia. Bajo la bandera de la tolerancia, se justifica el error y se excusan las herejías. «Hay que creer en la buena fe y la buena intención de hermanos de todas las confesiones». «Nosotros aceptamos el hecho de que todo hombre es libre de buscar y encontrar su camino hacia Dios; no es tarea nuestra, sino de Dios». Así se expresan los modernos predicadores del amor y la tolerancia.

En muchos casos, la tolerancia es una virtud. Es virtud cuando rehuye el uso de la fuerza y la coacción para implantar la religión de las mayorías sobre las minorías; es virtud cuando, humilde y pacientemente, soporta los ataques personales; es virtud cuando, compasiva y benignamente, sobrelleva los errores y prejuicios del prójimo; pero es cobarde y falsa cuando, bajo la bandera del amor, niega el carácter absoluto y único de la religión cristiana. Y es que la religión cristiana, como ha dicho Machen, «es intolerante hasta la médula». Y añade: «En esto precisamente está la ofensa de la cruz, y también su poder. Si el evangelio hubiera sido predicado como uno de tantos caminos de salvación, entonces habría contado con el beneplácito del mundo. Pero la ofensa vino al proclamarse el evangelio como único camino de salvación, y rechazar todos los otros caminos como falsos. Que Dios nos libre del pecado de hacer causa común con aquellos que niegan o ignoran el bendito evangelio del Señor Jesús».

Un nuevo concepto de redención se viene introduciendo en la Iglesia
«Tiempos peligrosos». El mensaje central del evangelio –salvación a través de la persona y obra de Cristo– se ve amenazado por otro «evangelio»: salvación por el progreso y esfuerzo humano. Este «evangelio» constituye el mensaje más diabólico y sutil que jamás se haya esgrimido contra la Iglesia de Jesucristo. Se introduce y predica, invariablemente, con aquella tan cacareada frase de: «Los tiempos han cambiado».

«Los tiempos han cambiado. Ahora se respira una atmósfera de compañerismo entre los fieles de distintas religiones; se goza de un nuevo clima de caridad; los hombres muestran un espíritu más amplio, más tolerante […]». Esto es lo que oímos continuamente.

Que la ciencia y la técnica han evolucionado de una manera más rápida y portentosa, ¡qué duda cabe! Que los adelantos de la civilización han cambiado y elevado el nivel de la sociedad, nadie lo discute. Pero en esto sí que no admitimos cambio alguno: el corazón del hombre es el mismo ahora que hace dos mil años; el corazón del hombre no ha cambiado. Y es precisamente sobre este punto que queremos hacer más énfasis, pues cuando se nos dice que los tiempos han cambiado, lo que en realidad se nos quiere dar a entender es que «el hombre, moral y espiritualmente ha mejorado», «se ha hecho más bueno». ¡Qué peligrosa y perversa es esta noción! Cualquier herejía, cualquier desviación de la doctrina evangélica, se justifica siempre de la misma manera: «Los tiempos han cambiado».

«Los tiempos han cambiado». Estamos en una época de redescubrimiento del mensaje bíblico –como nos dicen los ecumenistas–. Hoy ya no podemos creer en la doctrina de la autoridad e inspiración de la Biblia, tal como creían nuestros antepasados en la fe evangélica. «Los tiempos han cambiado». «Ya no podemos ser tan estrictos en la fe. Además, como resultado de las investigaciones de la alta crítica, el contenido de la religión cristiana ha experimentado una profunda transformación: ya no es necesario recurrir a una interpretación sobrenatural del evangelio». Incluso la divinidad de Jesucristo se pone en duda, y se niega el carácter sobrenatural de sus milagros. Así se habla hoy en día, incluso en nuestra patria.

«También la Iglesia Católica ha cambiado» –se nos dice–. Por eso las visitas al Papa están tan de moda entre los líderes de las iglesias protestantes. Pero nosotros nos preguntamos: ¿En qué ha cambiado la Iglesia Católica Romana? ¿Ha abandonado Roma las doctrinas tridentinas, y ha aceptado la sola fide, sola gratia, sola scriptura de la Reforma? Todo cambio verdadero se mide por la fidelidad con que se retorna a la Palabra de Dios. Roma no ha cambiado. Quizá la Iglesia Católica ha cambiado un poco de lenguaje al referirse a los protestantes, pero eso es todo (Pío IX nos llamaba «innovadores perversos y tantas veces condenados», mientras que el presente Papa nos llama «hermanos separados»).

Como ya hemos indicado, con eso de que «los tiempos han cambiado» se asocia la idea de que el hombre, moral y espiritualmente, ha mejorado. Esta noción implica la aceptación, en el plano de lo religioso, de las conclusiones evolucionistas y, por consiguiente, podemos calificarla de antibíblica. Si la raza humana, a medida que pasan los años, va evolucionando y perfeccionándose, entonces ¡«por demás murió Cristo»! Una nueva teoría de la redención ha venido a sustituir el mensaje de salvación evangélico.

Como evangélicos, no podemos hablar de evolución espiritual, sino de «creación espiritual». No hay esperanza de proceso perfectivo alguno en el hombre. «Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa ilesa, sino herida, hinchazón y podrida llaga». De ahí la necesidad de una nueva creación espiritual en Cristo y por el Espíritu Santo, pues «el que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios».

Los crímenes de Eichman son demasiado elocuentes para que podamos creer en la bondad inherente de la naturaleza humana, y demasiado recientes para que podamos creer en un proceso gradual del perfeccionamiento de la raza humana. El presente estado de cosas en el mundo, la pérdida de los valores morales, el materialismo y la sed de placeres, la desintegración de la familia, el alarmante incremento de la delincuencia juvenil, etc., todo esto demuestra que, si el hombre cambia, ciertamente este cambio no es para el bien. Solo en el glorioso evangelio del Señor Jesús hay poder para cambiar el corazón del hombre.

Verdaderamente, tiempos peligrosos son los nuestros. Los enemigos de la Iglesia están encubiertos, y los falsos profetas predican otro camino de «redención». Que el Señor abra nuestros ojos para que podamos percatarnos de que «no tenemos lucha contra carne y sangre; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires». Amén

David Estrada