¿CUÁNDO DEJA UNA IGLESIA DE SER IGLESIA?

Autor artículo: 
Estrada Herrero, David

Tras la interrupción temporal del Comentario a los Salmos de W. S. Plumer,  reanudamos la serie de artículos que comenzamos hace un tiempo, rescatados de la vieja revista «Pregonero de Justicia». En esta ocasión, se trata de otro artículo de David Estrada, en el cual reflexiona sobre las marcas de la verdadera iglesia. Esperamos, una vez más, que sea de utilidad a nuestros lectores.

¿Cuándo deja una iglesia de ser iglesia y se convierte en sinagoga de Satanás? En realidad, la pregunta no constituye una mera especulación teológica, ni carece de motivación histórica que la justifique. Muy posiblemente en tiempos apostólicos la pregunta no hubiera tenido sentido –la unidad lograda y experimentada por la Iglesia Apostólica la hubiera excluido. Pero tan pronto como la semilla herética germinó dentro de la Iglesia, y doctrinas contrarias a las Escrituras empezaron a propagarse y a minar la unidad cristiana, nuestra pregunta pasó a ocupar el primer plano de la especulación teológica y a cobrar una creciente y angustiosa actualidad.

            ¿Cuándo deja una iglesia de ser iglesia? Para contestar a esta pregunta, al igual que con cualquier otra pregunta que concierne a la fe cristiana, deberemos apelar al dictamen de la Escritura. En las páginas de la Biblia encontramos las notas o atributos que caracterizan a la verdadera Iglesia de Cristo y, por implicación –es decir, cuando no veamos las notas esenciales de la Iglesia en alguna determinada congregación particular, podremos establecer que tal congregación ha dejado de ser una iglesia verdadera.

            El estudio de este tema requiere, en primer lugar, una distinción entre aquello que es esencial a la naturaleza misma de la Iglesia, y aquello que es esencial para la buena marcha de la Iglesia.

            La Palabra de Dios contiene cierto número de artículos de fe, cuya aceptación por parte de la Iglesia, no solo es un deber, sino también un privilegio. Sin embargo, la no aceptación de los mismos por alguna iglesia local, no implicaría necesariamente el que tal iglesia hubiera dejado de ser una rama visible de la verdadera Iglesia. Hay congregaciones que en materia de disciplina, orden, culto y gobierno han incurrido en pecado al apartarse de las enseñanzas de la Palabra de Dios; pero aun siendo este el caso, no podemos decir que tales iglesias han dejado de ser cristianas, y se hayan convertido en sinagogas de Satanás.

            Muchas son las cosas que se requieren para la perfección y buena marcha de las iglesias locales, pero la ausencia de las tales en alguna congregación, si bien es señal alarmante de una peligrosa desviación de la pureza evangélica, no constituye prueba suficiente como para negar a dicha iglesia el título de cristiana. Hay mucho en doctrina y conducta que es necesario para la existencia del cristiano como tal. No porque un hermano haya hecho poco progreso en la vida de santificación podremos nosotros calificarle de persona no salva. Diremos que se trata de un creyente débil en la fe, que necesita mucho de los cuidados y oraciones de aquellos que son fuertes en los caminos del Señor. Y lo mismo podemos decir hablando de ciertas iglesias; hay iglesias débiles y hay iglesias fuertes. Pero no porque una congregación deje de exhibir ciertas características esenciales para el crecimiento y santificación de sus miembros, deberemos concluir que ha dejado de ser iglesia verdadera.

            Por otro lado, a menos que una persona no haya experimentado el nuevo nacimiento, no podemos considerarla cristiana. Y la misma observación podemos hacer con respecto a las iglesias visibles. Hay ciertas doctrinas bíblicas que de tal modo se identifican con la naturaleza y existencia propias de la Iglesia, que la no aceptación de las mismas por parte de alguna congregación, niega a la tal todo derecho a llamarse cristiana. Dicha iglesia ha dejado de ser iglesia.

            ¿Qué doctrinas podrían considerarse como esenciales a la Iglesia de Cristo? Todo lo que haga referencia a la naturaleza y obra de la Santísima Trinidad, es esencial a la Iglesia. Todo lo que haga referencia a la divinidad, historicidad, obra y persona de Cristo, es esencial a la Iglesia. Todo lo que haga referencia a la caída, pecado y depravación del hombre, es esencial a la Iglesia. Todo lo que haga referencia al nuevo nacimiento, regeneración, justificación por la fe, y santificación, es esencial a la Iglesia. Todo lo que haga referencia a la doctrina del juicio, resurrección, cielo, infierno y segunda venida, es esencial a la Iglesia. Todas estas doctrinas constituyen el fundamento evangélico de la fe cristiana. Estas doctrinas son, además, fundamento y origen de la Iglesia. La confesión y proclamación de las mismas establece la autenticidad de toda iglesia, y constituye la nota infalible de su fidelidad a Cristo.

          

En segundo lugar, es importante distinguir entre aquello para lo cual fue instituida la Iglesia, y aquello que fue dado para la perfección de la Iglesia. Esta distinción, repetimos, es importantísima.

            Leemos en la Escritura que la Iglesia del Dios vivo es «columna y baluarte de la verdad»; y que para esto había venido el Hijo de Dios, «para dar testimonio de la verdad» (1 Ti. 3:15; Jn. 18:37). La Iglesia fue instituida para ser columna y baluarte de la verdad; su misión es la de mantener y proclamar la verdad pura del evangelio. En esta misión de dar testimonio de la verdad, la Iglesia tiene su razón de ser. Esta es la nota que caracteriza y distingue a la verdadera Iglesia de Jesucristo. Allí donde haya una congregación que predica el verdadero y único evangelio de nuestro Señor Jesucristo, allí se encuentra una verdadera iglesia.

            Por otro lado, las Escrituras nos enseñan que Cristo «constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:11-12). Al igual que para dar a conocer el evangelio, Cristo instituyó la Iglesia, para la perfección y buena marcha de la Iglesia instituyó ordenanzas, cargos y ministerios. Teniendo presente esta distinción, podremos establecer cuándo una iglesia local es verdadera y cuándo es falsa.

            Si se trata de una iglesia que en materia de culto, gobierno, administración de los sacramentos u ordenanzas, etc., se ha desviado de las enseñanzas del Nuevo Testamento, incurriendo con ello en pecado, no por ello podremos necesariamente concluir que la tal iglesia ha dejado de ser una rama visible de la verdadera Iglesia. Y es que tanto el gobierno de la Iglesia como su culto, ordenanzas, etc., fueron instituidos para la perfección y buena marcha de la Iglesia; pero la Iglesia como tal no fue instituida para tales fines, sino para ser columna y baluarte de la verdad.

            Si se trata por el contrario de una iglesia que niega la divinidad de Jesucristo, o cualquiera de las doctrinas que como básicas del cristianismo hemos ya mencionado, entonces tal iglesia ha dejado de ser una rama visible de la verdadera Iglesia, y se ha convertido en sinagoga de Satanás. Pues tanto la divinidad de Jesucristo, como las otras doctrinas ya mencionadas, forman parte de aquel depósito doctrinal para cuya preservación y testimonio Jesucristo instituyó la Iglesia.

           La preservación, testimonio y predicación del evangelio de Jesucristo –la verdadera fe– constituye la nota infalible de la verdadera Iglesia. Cuando una Iglesia profesa una fe contraria a la del evangelio, deja de ser iglesia y se convierte en sinagoga de Satanás.

David Estrada