BREVES CONSIDERACIONES SOBRE EL ENCUENTRO ECUMÉNICO DE LUND
En esta semana está siendo noticia en diversos medios de comunicación el encuentro ecuménico del pasado día 31 de octubre, celebrado en Lund (Suecia), entre el Papa Francisco I y los líderes luteranos suecos, encuentro que ha dado para el llamativo titular «Católicos y luteranos ya caminan hacia la comunión plena». La ciudad sueca acogió dos actos, uno con un carácter litúrgico en la Catedral Luterana de Lund, siguiendo al pie de la letra el documento de “Oración común: Del conflicto a la comunión” aprobado por católicos y luteranos; y otro acto multitudinario en el Malmo Arena, con música, testimonios y un alegre ambiente de cordialidad entre los líderes religiosos, que fueron recibidos con aplausos y admiración por parte de los asistentes.
El encuentro ha generado no sólo controversia dentro del mundo evangélico (con un manifiesto impulsado por algunas iglesias en el que, frente a este encuentro, se reivindica la vigencia de la Reforma), sino incluso el escándalo dentro del catolicismo que podría denominarse «conservador» u «ortodoxo», anunciando poco menos que la necesidad de declarar el sedevacantismo.
Hay que decir que esta denominación luterana sueca es de teología (por llamarla de alguna forma) totalmente «liberal» (entiéndase esto, precisamente, en ese sentido, el teológico) y en estado de descomposición total, sin apenas fieles (en Suecia poco más del 2% de los luteranos acuden al culto del domingo), y casi sin ninguna relevancia en su sociedad. Se les puede calificar de cualquier cosa menos de seguidores de la Reforma. Pero eso no es de gran relevancia para los intereses que persigue el Papa. Quienes dentro de la Iglesia Católica Romana se escandalizan o rasgan las vestiduras con la actitud y los movimientos de Francisco I con estos luteranos suecos, sencillamente, no entienden nada de lo que está ocurriendo.
Si no se sabe nada de la historia del jesuitismo que profesa Jorge Bergoglio, de la teología de la Reforma Protestante y de su lucha contra las doctrinas de Roma no se entiende nada de esto. Francisco I/Bergoglio es un jesuita de libro, un jesuita de Trento. Los jesuitas (o Compañía de Jesús) fueron una orden fundada por el sacerdote español Ignacio de Loyola en 1539 y aprobada por el Papa Pablo III en septiembre de 1540. Fueron el resultado de unas “visiones” místicas de la Virgen María que Loyola dijo haber experimentado a partir de 1523, en las que se le “reveló” que él iba a ser el capitán de un gran ejército que lucharía con lo que él consideraba «hordas babilónicas». Al principio, Ignacio pensó que este enemigo iban a ser los musulmanes, pero, al comprobar que eran un enemigo demasiado grande y feroz, decidió que estas “hordas” debían identificarse con los “herejes” (aún no eran “hermanos separados”) protestantes. Algo muy apropiado, dado el odio cerril de Ignacio a las doctrinas reformadas de la gracia y su devoción por la idea de la obra co-redentora de María. Loyola había sido militar y su idea era que su «compañía» (organizada como una milicia totalmente fiel al papado, de ahí su denominación militar, «Compañía de Jesús»), debía adoptar la táctica de infiltrarse sibilinamente en las filas del enemigo (los protestantes) para destruirlo desde dentro, elaborando una doctrina papista que, sin embargo, en apariencia fuera apta para simbiotizarse y mezclarse con el protestantismo, contaminándolo y contagiándolo como un virus. Así, algunas de las peores doctrinas surgidas dentro del propio protestantismo y que más daño le han hecho, como el arminianismo o el dispensacionalismo, están llenas hasta las trancas de jesuitismo, de una cosmovisión jesuitica. Su labor era imitar los puntos fuertes del protestantismo, esto es, la profundidad espiritual y la brillantez intelectual, pero usándolos como armas católicas contra el mismo. La Compañía de Jesús proporcionó la forma católica “alternativa” a la fe protestante. No es ninguna sorpresa entonces que el primer santo que el Papa Francisco proclamó en 2013 fue Pierre Favre (1506-1546), un jesuita francés de primera generación con una “cara sonriente”, quien trató de parecer, más que los otros, un protestante con el fin de llevar a la gente de vuelta a la Iglesia de Roma.
El jesuita Jorge Bergoglio a donde va a dar ese mensaje tan aparentemente «amable» e «integrador» es a una iglesia luterana de Suecia, una de las iglesias estatales de los países nórdicos que están ya en una tremenda fase de descomposición doctrinal y moral, y donde sabe que su mensaje «ecuménico» puede calar (y hasta «pescar» feligreses en un momento dado para incorporarlos a Roma), mientras los anatemas de Trento al protestantismo, hasta donde se sabe, siguen plenamente en vigor. Aparte, consigue que en los medios de comunicación generalistas, seguidos por un público que o no sabe o, directamente, el conocimiento que tiene de la Reforma es muy vago o confuso, cuando se hable de su acuerdo con esta iglesia luterana, la imagen que cale es que «la Reforma ha terminado». La imagen sería que la Reforma «ha terminado» y todo vuelve a estar en «orden», bajo el paraguas de Roma. Lo que sirve y es útil al Vaticano, en este mensaje del «abrazo sueco» el Día de la Reforma, es que no hay diferencias. Que ya el mensaje de la Reforma no tiene sentido en la actualidad. Y que es en el Papa y en la Iglesia Católica Romana donde existe «espacio común» para la unidad de la fe cristiana. Francisco I no está haciendo nada para desmoronar o desvirtuar a la Iglesia de Roma, como temen sus críticos dentro del propio catolicismo. Lo que ocurre es que él mismo, como buen jesuita, es bastante más astuto que ellos, quienes no perciben que lo que pretende es, justo lo contrario, reforzarla. Es catolicismo y jesuitismo de toda la vida.
Por supuesto, sabemos que todas las cosas están en las manos de Dios, pero ello no es óbice para denunciar y decir a las claras lo que está ocurriendo. La única unidad es la unidad en la verdad, no el confusionismo que está pretendiendo crear el Papa Francisco, ayudado por esta minoritaria y desviada denominación luterana sueca, y el único que acaba con la separación entre Dios y los hombres es Jesucristo. No hay más unidad que esa.
Sólo fe, sola Gracia, sola Escritura, solo Cristo, solo a Dios sea la Gloria.