GÉNESIS 21 Y LAS PROMESAS DE DIOS

Autor artículo: 
Guerra Marente, Javier

Andaba hace unos días leyendo en mi Biblia el Capítulo 21 de Génesis y me vino enseguida a la mente la idea de escribir esta entrada sobre la historia de la expulsión de Agar e Ismael de la casa de Abraham. No es de los pasajes bíblicos más recordados, pero creo que encierra mucha doctrina, concretamente el mensaje de que algún día Cristo vendría para redimir no solo a pecadores judíos, también a gentiles, y el hecho de que Dios es siempre quien toma la iniciativa en esta reconciliación y redención. La presencia de Cristo y cómo se respira el Evangelio por todo el Antiguo Testamento es una doctrina esencial y perderemos muchas bendiciones si la pasamos por alto. La Biblia es un libro totalmente cristocéntrico y Cristo está siempre presente desde el Génesis hasta Apocalipsis.

Los versículos en que me voy a centrar son del 8 al 21:

“Y creció el niño, y fué destetado; é hizo Abraham gran banquete el día que fué destetado Isaac.

Y vió Sara al hijo de Agar la Egipcia, el cual había ésta parido á Abraham, que se burlaba. Por tanto dijo á Abraham: Echa á esta sierva y á su hijo; que el hijo de esta sierva no ha de heredar con mi hijo, con Isaac. Este dicho pareció grave en gran manera á Abraham á causa de su hijo. Entonces dijo Dios á Abraham: No te parezca grave á causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia. Y también al hijo de la sierva pondré en gente, porque es tu simiente. Entonces Abraham se levantó muy de mañana, y tomó pan, y un odre de agua, y diólo á Agar, poniéndolo sobre su hombro, y entrególe el muchacho, y despidióla. Y ella partió, y andaba errante por el desierto de Beer-seba.

Y faltó el agua del odre, y echó al muchacho debajo de un árbol; Y fuése y sentóse enfrente, alejándose como un tiro de arco; porque decía: No veré cuando el muchacho morirá: y sentóse enfrente, y alzó su voz y lloró. Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó á Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. Levántate, alza al muchacho, y ásele de tu mano, porque en gran gente lo tengo de poner. Entonces abrió Dios sus ojos, y vió una fuente de agua; y fué, y llenó el odre de agua, y dió de beber al muchacho.

Y fué Dios con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto, y fué tirador de arco. Y habitó en el desierto de Parán; y su madre le tomó mujer de la tierra de Egipto”.

Cuando Isaac cumplió un año de edad y dejó de ser amamantado, Abraham hizo una gran fiesta. Isaac era el descendiente prometido por Dios a Abraham y Sara, su esposa, quienes supuestamente eran demasiado ancianos para concebir hijo alguno (pero nada es imposible para Dios), la conservación de la simiente del pacto de la cual vendría el Salvador del pueblo de Dios, Jesucristo.

En esa fiesta participó toda su casa, y Sara se dio cuenta inmediatamente de que Ismael, el hijo que Abraham había tenido con su esclava egipcia Agar, se estaba burlando tanto de Isaac como de la fiesta. Era evidente que Ismael envidiaba y despreciaba a Isaac porque sabía que Isaac era el heredero de la promesa de Dios a Abraham. De igual manera, los creyentes en todos los tiempos deben estar preparados para recibir un trato igual o peor de parte del mundo incrédulo. No tiene porqué ser así siempre, pero puede ocurrir. El incrédulo puede ver con odio, desdén o mofa y burla al creyente puesto que, por más que niegue a Dios, percibe que el incrédulo es distinto a él. Sin embargo, ese menosprecio del mundo apóstata e incrédulo hacia el cristiano por causa de su fe se convierte en dicha y bienaventuranza pues es una de las marcas que acompañará a los verdaderos creyentes (Gálatas 4:29: “Pero así como entonces el que nació según la carne persiguió al que nació según el espíritu, así también sucede ahora”).

Ismael no aceptaba que Dios había escogido a Isaac como heredero de la promesa de la redención. Si lo hubiera hecho, también habría tenido su parte en ella. En Isaac tenemos aquí ya un tipo de Cristo en Génesis, uno de los que encontramos en el Antiguo Testamento. Ismael rehusó inclinarse ante la voluntad de Dios y rechazó el pacto, queriendo valerse por sí mismo. La reacción de Ismael ante Isaac es una imagen de la permanente rebeldía del hombre ante la voluntad de Dios. Por una cuestión de envidia hacia su hermanastro, Ismael estaba rechazando las bendiciones del pacto, de las que él también sería beneficiario si se mantenía unido al pueblo de Dios, a la Iglesia, entonces radicada en la casa de Abraham. Igual que Dios decretó que la simiente del pacto sería conservada en Isaac, también decretó que Jesucristo sería nuestra Cabeza y Redentor. No debemos buscar la independencia, sino reconocer la misericordia de Dios y gloriarnos en el Señor Jesucristo como nuestra Cabeza. Si no lo hacemos, nos apartaremos de las bendiciones eternas de Dios.

Cuando Sara vio la burla de Ismael, exigió que Abraham echase a él y a su madre. Podemos imaginarnos la tristeza de Abraham: era su hijo, al fin y al cabo. Pero Dios le indicó que debía hacer lo que Sara le había pedido, consolándole diciéndole que haría de Ismael una gran nación, pese a que Isaac fuera el heredero del pacto. Pero Ismael había roto su relación con el pacto. Años antes, cuando Agar había huido, Dios la trajo de vuelta. Pero ahora la ruptura era completa y no quedaba otra solución que la separación (Proverbios 22:10: “Echa fuera al escarnecedor y saldrá la discordia, y cesarán también la contienda y la ignominia”). Unos versículos con mucho contenido, con un mensaje tanto contra el falso ecumenismo (los creyentes no pintan nada en alianzas espirituales con quienes niegan la Verdad) como con aplicación en el campo de la disciplina eclesiástica con quienes creen discordias estériles entre los hermanos, cuestionen de forma rebelde la autoridad de los pastores designados por Dios para predicar Su palabra o intenten infiltrar herejías en la iglesia. Para Abraham, personalmente, no hay duda de que la separación de su hijo era algo muy doloroso, para cualquiera lo sería. No obstante se inclinó a la soberana voluntad de Dios. Comprendió que su propia salvación, la de su casa, e incluso la de Ismael, solo se lograría mediante la obediencia al Señor. Seguir a Cristo puede conllevar un coste muy alto y, a veces, tener que llegar a tomar decisiones muy difíciles con respecto a gente querida (Mateo 10:37: “Quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ame a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”). Igual de doloroso puede ser separar de la iglesia a quienes incurran en estas conductas, pero se puede llegar a un límite en que sea necesario. Hay mucho en juego.

Agar e Ismael partieron camino del desierto de Beer-seba, alejándose cada vez más del círculo del pacto de Abraham y su casa con Dios. Lo peor que podemos hacer en la vida es romper las relaciones con el pueblo del pacto, con los creyentes, pues Dios habita en medio de ellos quiere revelarse a nosotros. Ambos empezaron a vagar sin rumbo por el desierto. En el mismo desierto, espiritualmente hablando, estaremos nosotros si rompemos la relación con el pueblo de Dios y nos alejamos de allí donde mora el pacto de gracia. Por eso no podemos ser islas aisladas en medio del mar de este mundo incrédulo y pagano: debemos congregarnos con el pueblo de Dios siempre que la ocasión nos lo permita.

Pronto empezaron a estar en un grave peligro de morir de sed. Agar no soportaba la idea de ver a Ismael morir de sed, así que lo escondió bajo a un arbusto, se sentó a cierta distancia y empezó a llorar.

Y, estad atentos, ahora viene una de las lecciones más hermosas de este pasaje: a pesar de la incredulidad de ambos, a pesar de las burlas de Ismael a Isaac y a la fe y la esperanza del pueblo del pacto, DIOS SE APIADÓ DE ELLOS (igual que se apiadó de los pecadores tan inmundos que somos nosotros). Dios escuchó el llanto del niño y envió a su Ángel. Este Ángel era… Jesucristo, una de las teofanías que encontramos en el Antiguo Testamento. Aunque había rechazado el pacto, Dios se acordó de Su promesa a Abraham de hacer de Ismael una gran nación.

Aunque Dios había permitido que Agar e Ismael se separasen de Su pacto, igual que permitió a los paganos andar sus propios caminos, algún día, en el futuro lejano, vendría Jesucristo, el Redentor, y concedería su salvación tanto a descendientes de Ismael como de otras naciones fuera del pacto. Por eso Cristo buscó a Agar e Ismael en el desierto. Nosotros estamos muertos en nuestros delitos y pecados, no podemos hacer nada para salvarnos a nosotros mismos, igual que Agar e Ismael no podían hacer nada por salvarse en el desierto en que estaban desamparados. El llamamiento de Cristo es un arrancar a muertos espirituales de su situación y levantarlos a la vida.

Dios abrió los ojos de Agar, de modo que vio cerca una fuente de agua. Aparentemente, la fuente había estado allí todo el tiempo, pero ella no la había visto. Sus ojos tuvieron que ser abiertos primero. Igual estaban todos los paganos y todas las naciones ajenas al pacto antes de la venida del Mesías. La redención siempre estaba allí, revelada en Israel, pero las naciones no veían la gloria de Dios. Vendría el día en que el Espíritu Santo abriría sus ojos. Todos somos unos ciegos ante nuestra situación de muerte absoluta y ante esta salvación tan grande, a menos que el Espíritu Santo sane nuestra ceguera. A menos que Dios nos conceda el regalo de la fe, estamos perdidos (Romanos 9:14-16: “¿Pues qué diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Mas á Moisés dice: Tendré misericordia del que tendré misericordia, y me compadeceré del que me compadeceré. Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”).

La promesa de Dios se cumplió en Ismael. Habitó en el desierto de Parán, llegó a ser cazador y su madre le halló esposa en la tierra de Egipto. Con el tiempo sería una gran nación y descendientes suyos vendrían siglos después a adorar a Cristo, cuando el Hijo de Dios vino a reconciliar a hombres de todas las naciones con Dios y a romper el muro de separación entre judíos y gentiles, a salvar al Israel de Dios.

E igual que con Agar e Ismael en el desierto de Beer-seba, Dios sigue acudiendo a salvar por medio de Cristo a muchos pecadores rebeldes contra Él (como éramos nosotros en un tiempo, no creamos que somos superiores a Agar e Ismael), perdidos en el desierto y abocados a la muerte eterna.