LA UNIDAD DE LA BIBLIA

Autor artículo: 
Young, Edward J.

Volvemos a proponer un nuevo artículo, publicado hace años por la revista «El estandarte de la verdad», acerca de la unidad de la Biblia y la absoluta armonía y consonancia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Su autor es Edward J. Young, quien fuera profesor de Antiguo Testamento en el Seminario teológico de Westminster (Filadelfia, EE. UU.).

Cuando Pablo y Silas fueron a Berea, como era su costumbre, entraron en la sinagoga de los judíos. Inmediatamente, asumieron la tarea de predicar el evangelio, pues ambos discípulos eran insistentes a tiempo y fuera de tiempo. Su labor fue acompañada de éxito, pues leemos que los de Berea «fueron más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, si estas cosas eran así» (Hch. 17:11). Como resultado de este escrutinio, muchos creyeron el mensaje que les predicaron los apóstoles.

La predicación de los apóstoles. ¿Cuál fue el mensaje que los apóstoles llevaron a Berea? Si juzgamos su predicación de manera general, como, por ejemplo se encuentra resumida en 1 Tesalonicenses 1:9-10, nos damos cuenta de que lo que predicaron fue todo el consejo de Dios. Dieron a conocer la naturaleza y realidad del pecado, y la necesidad del arrepentimiento. Predicaron a Jesucristo como Hijo de Dios y como único Salvador. Proclamaron su muerte expiatoria y su gloriosa resurrección. Bautizaron y enseñaron el significado de la Iglesia. Expresándolo en un sentido más amplio, podemos decir que predicaron el evangelio de Cristo.

            Lucas no nos da detalles de los mensajes pronunciados en Berea, pero podemos estar seguros de que concordaban con los predicados por los apóstoles en otros lugares. Lo que declararon no se reducía a un mínimo de doctrina cristiana, sino que se trataba del evangelio en toda su plenitud; era, en verdad, todo el consejo de Dios. Sin sombra de duda, este era el contenido del mensaje de estos apóstoles.

La reacción de los de Berea. ¿Cuál fue la reacción de la gente en la sinagoga de Berea al oír el evangelio? ¿Cómo podían saber si lo que Pablo y Silas proclamaban era verdadero o no? ¿Qué norma o criterio tenían ellos para juzgarlo? ¿O es que a ellos, simplemente, les gustó el mensaje y, sin más, lo aceptaron? ¿Recurrieron para su aceptación a la opinión de los doctores de la sinagoga? ¿O es que poseían una norma de juicio más elevada? Efectivamente, poseían una norma mejor. Recurrieron a las Escrituras para comprobar lo que Pablo y Silas habían dicho. Recurrieron a las Escrituras del Antiguo Testamento, por cuanto las del Nuevo Testamento aún se habían escrito en su totalidad. Allí estaban las Escrituras del Antiguo Testamento, y a ellas apelaron los cristianos de Berea para comprobar el mensaje de Pablo y Silas.

Tal proceder era digno de atención, y por eso Lucas los ensalza. Dice de ellos que «fueron más nobles que los que estaban en Tesalónica». Y es que, verdaderamente, hicieron algo noble. Hicieron lo que todo hombre debiera hacer: comprobar cualquier mensaje nuevo a la luz de las Escrituras. Y lo notable del caso es que, una vez hicieron la prueba –es decir, una vez hubieron comparado la predicación de los apóstoles con las enseñanzas del Antiguo Testamento–, entonces creyeron a Pablo y a Silas. Lo cual prueba, sin ninguna sombra de duda, que el mensaje de los apóstoles y las enseñanzas del Antiguo Testamento se correspondían, eran idénticos. Naturalmente, el mensaje de los apóstoles implicaba un desarrollo, una mayor madurez con respecto al del Antiguo Testamento, pero aun así estaba en perfecta consonancia con él. Y este es precisamente el punto sobre el que debemos hacer particular énfasis.

La unidad de la Biblia. Algunas veces hemos oído decir que el Antiguo Testamento enseña un camino de salvación, y que el Nuevo Testamento enseña otro. En otras ocasiones, quizá habremos oído decir que la enseñanza del Nuevo Testamento con respecto a la obra de la Iglesia es algo que no aparece en el Antiguo Testamento. Esta posición es también errónea. De haber sido verdadera, los de Berea nunca habrían podido comprobar el mensaje de Pablo. Sobre la base del Antiguo Testamento, ¿cómo habrían podido comprobar el mensaje de Pablo si la predicación del apóstol era algo que no se encontraba en el Antiguo Testamento? Y debe notarse que, cuando Pablo vino a Berea, estaba ocupado en la obra de la Iglesia. Su preocupación era que los de Berea creyeran su mensaje y, así, pudiera fundarse la Iglesia de Jesucristo.

¿O es que, después de todo, los de Berea se habían equivocado? ¿Enseña realmente el Nuevo Testamento doctrinas sobre la Iglesia que no se encuentran en el Antiguo Testamento? Podemos contestar a esta pregunta considerando brevemente unos cuantos pasajes clave. Son muchos los que podríamos aducir, pero los que se consideran a continuación son decisivos y dignos de una evaluación y meditación cuidadosa.

Cuando estuvo en Roma, Pablo hizo su defensa. A los que venían a su posada, «les declaraba y testificaba el reino de Dios, persuadiéndoles lo concerniente a Jesús, por la ley de Moisés y por los profetas, desde la mañana hasta la tarde» (Hch. 28:23). El tema de la predicación de Pablo era el reino de Dios, y con respecto a este reino Pablo testificaba, recurriendo para ello a la ley de Moisés y a los profetas, y a través de ellos les demostraba la veracidad de lo que les predicaba. De esto se infiere que, si no hay nada en la Ley de Moisés ni en los profetas con respecto al Reino, Pablo no habría podido apelar a los mismos para fundamentar su enseñanza. Pero el hecho real es que Pablo hizo tal apelación, y la hizo de una manera tan convincente que algunos creyeron. Lo cual prueba que lo que Pablo proclamaba era algo que se encontraba en el Antiguo Testamento.

Los profetas han hablado. Hay un pasaje que refuta todas las objeciones. En aquel gran sermón pronunciado después de la curación del cojo de nacimiento, Pedro proclamó el evangelio y, a continuación, hizo esta sorprendente declaración: «Y todos los profetas desde Samuel y en adelante, todos los que han hablado, han enunciado estos días» (Hch. 3:24). Esta declaración es tajante. Todos los profetas han hablado, dice Pedro, y han hablado de estos días. Estos son los días en que Cristo murió y resucitó de entre los muertos; los días en que se fundaba la Iglesia y el evangelio era llevado a los gentiles. Y precisamente estos eran los días de los que hablaron los profetas. A la luz de este testimonio tan claro del apóstol, no podemos comprender cómo pueda afirmarse que la enseñanza del Nuevo Testamento con respecto a la obra de la Iglesia es algo que no fue revelado en tiempos del Antiguo Testamento.

Los profetas hablaron del futuro. Fueron, en realidad, figura de aquel gran Profeta que había de venir: Cristo Jesús. No actuaron como testigos de sí mismos, sino que señalaron a Cristo. Aparte de Cristo, sus mensajes resultarían incomprensibles. A través del Espíritu de Dios, la mirada de los mismos se extendía hasta aquel día cuando la redención vendría a esta tierra. El gran tema y la gran meta de toda profecía es Cristo. Sobre Él y sobre su obra redentora hablaron los profetas.

La mención de otro pasaje será suficiente. En el camino a Emaús, el mismo Señor Jesús abrió las Escrituras del Antiguo Testamento a los dos que iban con Él. Empezando por Moisés y siguiendo por todas las Escrituras, les enseñó las cosas que daban testimonio de sí mismo y de su obra. Más tarde, les abrió el entendimiento para que pudieran entender el Antiguo Testamento y su propia obra. Tenían que comprender que Cristo había de sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día; y, además, que en su nombre el arrepentimiento y la remisión de los pecados había de predicarse a todas las naciones. Esta es la obra de la Iglesia, y esto es lo que Cristo enseñó mediante las Escrituras del Antiguo Testamento.

Conclusión. Una de las evidencias más claras del origen divino de las Escrituras es la unidad de su contenido. La Biblia ensalza a un Dios –el Creador de cielos y tierra—y contiene un mensaje único a proclamar –la ruina humana a causa del pecado y el plan de salvación. La Biblia ensalza al Señor Jesucristo, el Salvador de los pecadores. De Él nos habla la Biblia. El Antiguo Testamento apunta a Él y a su venida; el Nuevo Testamento nos habla de Él como ya venido y habiendo acabado su obra redentora.

Edward J. Young