Un llamado al arrepentimiento

Autor artículo: 
Sánchez Llamas, Juan
Un llamado al arrepentimiento

Vivimos en tiempos peligrosos. Satanás suministra un somnífero espiritual que hipnotiza las conciencias de los impíos y les impide despertar a la realidad del pecado. Si consideramos nuestra sociedad occidental en particular, no podemos afirmar que sea pagana. De hecho, tras la resurrección de Jesucristo y la gran comisión (“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” --Mc. 16:15), el conocimiento de la verdad dejó de ser la prerrogativa de un pueblo (el de Israel) para llegar a ser el privilegio de todo el mundo. Sin embargo, particularmente el continente europeo ha sido bendecido, desde tiempos apostólicos, con la conversión paulatina a la fe cristiana, hasta llegar a ser proclamada religión oficial del Imperio Romano. De hecho, aún al día de hoy, nuestro viejo continente –si bien tan solo de nombre-- profesa mayoritariamente el cristianismo. Más aún, Dios nos ha concedido, en su gran misericordia, su Santa Palabra (hace tiempo traducida a las lenguas vernáculas). Si comprendiéramos cuán grande privilegio es este, nos arrepentiríamos en polvo y ceniza por haber despreciado durante tanto tiempo semejante tesoro. De algún modo, podemos comparar esta sociedad nuestra con el pueblo de Israel antes de la venida de Cristo, pues también ellos, en la dureza de su corazón e incredulidad, una y otra vez abandonaron al único Dios verdadero para servir a los baales, a pesar de sus muchas pruebas y señales de fidelidad y misericordia.
En el engaño del pecado (“engañoso es el corazón más que todas las cosas” –Jer. 17:9), nos puede parecer que nuestra situación no es comparable a aquella, pues nosotros no somos un pueblo idólatra, que adore a dioses falsos, sino hombres de una era científica en la que la superstición y el engaño de las religiones ya han sido superados. Pero esa no es más que la patraña de Satanás. En palabras de Jesucristo: “Quien no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama (Mt. 12:30)”. Por tanto, nadie puede escapar a la pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mt. 16:13).
Nuestra sociedad nos hablará de respeto y tolerancia a todas las religiones, pero en el fondo aborrece la verdad: “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:20). No quieren que Dios reine sobre ellos. No lo pueden tolerar. Cualquier religión es aceptada, menos la Religión verdadera. El ser humano prefiere ser “libre”, para hacer su voluntad (que es la de su padre el diablo). Y, de este modo, se constituye esclavo del pecado. No hay compromiso posible: o se sirve a Dios o a Satanás, al Padre de las luces o al príncipe de las tinieblas.
Así que, considerando la situación en Occidente, en la que hace tiempo que hemos dado la espalda a Dios, podemos afirmar, a la luz de la Escritura, que estamos bajo su juicio. Pues ¿cómo habría de ser de otro modo? ¿Nos tomamos a Dios a la ligera? ¿Pensamos que un Dios celoso, como es el nuestro --fuego consumidor--, puede pasar por alto la continua transgresión de su santa Ley? ¿Lo provocaremos a ira y nos irá bien? Hemos desterrado a Dios de nuestras vidas, y ¿nos extraña que no obtengamos su bendición? “La democracia triunfará” –se dice--. “Venceremos al final, pues la razón está de nuestro lado”. Pero ¿es esto cierto? ¿Puede haber paz para el impío (cf. Is. 57:21), para aquel que niega a Dios y en quien no hay temor de Él? ¿Podemos construir una nueva torre de Babel sin que Dios la derribe? Antes bien, Él desbaratará todos nuestros planes y destruirá todos nuestros proyectos (cf. Mal. 1:4).
¿Acepta Dios a otros dioses y religiones? ¿Es “tolerante”, tal y como se entiende hoy esta palabra? ¿Es neutral, no decantándose por una forma de adoración u otra? ¿Todos los caminos conducen a Dios? Antes bien: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20). “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). En otras palabras, únicamente en la Sagrada Escritura se halla la luz (cf. Sal. 119:105), únicamente en el Dios de la Biblia se encuentra la salvación.
¿Qué mensaje de esperanza hay, entonces, para nuestra generación? El que siempre ha habido: Que Cristo ha resucitado, triunfando sobre la muerte y el pecado. Por tanto, arrepentíos y creed en Él, porque hoy es el tiempo de salvación. Dios, “tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Ex. 34:6), aún está dispuesto a perdonar al pecador. Así que sin más demora, pecador, presta oído a las solemnes palabras divinas que te llaman al arrepentimiento. Si en algo aprecias tu alma, acude a Dios, a través de Cristo, para recibir de Él perdón de pecados y vida eterna.
Este es el mensaje que la Iglesia ha de predicar en nuestro tiempo, en medio de la persecución o de la libertad, de la adversidad o de la prosperidad. Y ha de hacerlo consciente de que es ofensivo para la carne, y de que naturalmente generará oposición. Pero es también el único mensaje que puede dar vida a los pecadores, cuando va acompañado del poder del Espíritu de Dios obrando en los corazones.
Por tanto, cristianos, no dudéis en llamar al pecado por su nombre. Denunciad en todo momento la maldad de vuestra generación. Porque si nos andamos con medias tintas, jamás tendremos la bendición de Dios. ¿Prohíbe Dios adorar a otros dioses? No tengamos reparo en denunciar toda falsa religión y forma de idolatría. ¿Prohíbe Dios la homosexualidad, por mucho que esté de moda en nuestro tiempo? Declaremos los juicios divinos contra la misma. ¿Prohíbe Dios quitar la vida a otro ser humano, incluido el que aún no ha nacido? Condenemos, entonces, el genocidio infantil que continuamente se comete en nuestros hospitales. ¿Ofende esto al pecador? Mejor advertirle de la terrible situación en la que se encuentra antes de que sea demasiado tarde, porque Dios “de ningún modo tendrá por inocente al culpable” (Nm. 14:18).
Aprendamos todos que únicamente podemos esperar la bendición de Dios en el cumplimiento de su Ley, jamás en la desobediencia. Por tanto, proclamemos a los hombres de nuestro tiempo: No por medio de vuestra inteligencia y razonamientos, sino confiando en la sabiduría de Dios hallaréis reposo. Desechad los vanos intentos de construir un mundo sin Dios, pues está avocado al fracaso. Si menospreciáis una salvación tan grande, algún día lo lamentaréis (cf. He. 2:3). Escuchad la voz de Dios, ahora que aún puede oírse:
“Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 6:16). “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7).